“1801:
Estoy
de vuelta después de haber hecho una visita al propietario de mi casa, único
vecino que pueda preocuparme. En realidad, este país es maravilloso. Yo no creo
que en toda Inglaterra hubiese podido encontrar un lugar más apartado del
mundanal bullicio. Es el verdadero paraíso para un misántropo; y el señor
Heathcliff y yo parecemos la pareja más adecuada para compartir este desierto.
¡Qué hombre magnífico! De seguro se hallaba lejos de imaginar la simpatía que
me inspiró al sorprender cómo sus ojos se hundían en sus órbitas, llenos de
sospechas, en el instante en que yo detenía mi caballo, y cómo sus dedos se
escondían con huraña resolución aún más profundamente en su chaleco, cuando le
dije mi nombre”. Capítulo
I
“—Si
estuviese yo en el cielo, Nelly, sería muy desgraciada.
—Porque no es usted
digna de ir allí —respondí—. Todos los que no
están limpios de pecado serían desgraciados en el cielo.
—No es por eso. Una
vez soñé que estaba.
—Ya le he dicho que no
quería que me contase usted sus sueños. Me voy a la cama —protesté
interrumpiéndola de nuevo.
Se
echó a reír y me obligó a permanecer
sentada al intentar levantarme de la silla.
—¡No
te apures! —chilló—. Iba únicamente a decir que el cielo se me
antojó que no era mi verdadera morada. Me destrozaba el corazón a fuerza de llorar
para volver a la tierra, y los ángeles se enfadaron tanto, que me arrojaron en
medio del páramo, yendo a caer en la prominencia de Cumbres Borrascosas, donde me
desperté llorando de júbilo. Esto te explicará mi secreto lo mismo de bien que
hubiera podido explicártelo el otro sueño. Igual me da casarme con Edgar Linton
que estar en el cielo, y si el perverso de mi hermano no hubiese rebajado tanto
a Heathcliff, nunca habría pensado en esa boda. Pero casarme con Heathcliff
sería rebajarme a mí misma. Jamás sabrá cómo le amo, y no porque sea guapo,
Nelly, sino porque es más que yo misma. Sean cualesquiera las esencias de
nuestras almas, la suya y la mía son idénticas, mientras que la de Linton es
tan desemejante a las nuestras como lo es el rayo de luna del relámpago, y el
hielo del fuego”. Capítulo IX
“1802:…
—No. Primero tienes que leer de corrido, sin una sola falta.
El
interlocutor masculino empezó a leer. Era un joven decentemente vestido,
sentado ante una mesa, con un libro delante. Su hermoso rostro resplandecía de
júbilo y sus ojos tenían que esforzarse por no saltar de la página en que se
fijaban, a una mano pequeña y blanca que se apoyaba en su hombro y que le
llamaba al orden con un cachete en la mejilla cada vez que daba tales muestras
de distraerse. La persona a quien la mano pertenecía estaba colocada detrás de
él. Sus bucles ligeros y sedosos se confundían con los negros mechones del
discípulo al inclinarse para ver cómo iba el trabajo de éste. En cuanto al
rostro… Afortunadamente no podía vele el rostro, porque, de lo contrarío, no
hubiera habido modo de estar atento a la lección. Yo sí podía vérselo, y me
mordía los labios de rabia por haber dejado escapar la ocasión de hacer algo
más que contemplar aquella cautivadora belleza.
Terminó
la lección, no sin que el alumno incurriese en algún que otro disparate, pero
reclamó su recompensa y recibió cinco besos por lo menos, que, por su cuenta,
devolvió generosamente. Luego vinieron hacia la puerta, y por su conversación
deduje que iban a salir a dar un paseo por el páramo. Me figuré que Hareton
Earnshaw me condenaría de corazón, si no de palabra, a lo más hondo de los
abismos infernales, si dejaba ver en aquel momento mi importuna persona. Así,
consciente de la bajeza de mi envidia, me escabullí por la parte de atrás en
busca de refugio en la cocina. Tampoco había obstáculos de aquel lado. A la
puerta estaba sentada la vieja Nelly, que cosía tarareando una canción,
interrumpida a veces por unas cuantas palabras adustas, sarcásticas e
intolerantes, que provenían del interior, y cuyos acentos nada tenían de
musicales”. Capítulo
XXXII
Mentiría si no confesara lo difícil que
resultó dejar este libro una vez llegado su final y, sería una falta a la
verdad aún mayor si no mencionara el hecho que me llevara varios años animarme
a leerlo. La excusa predominante era el salto en el tiempo que, según yo,
poseía la historia; pero como han podido ver no he conseguido limitarme a sólo
un extracto de ella, debido al entramado singular que consiguió Emily Brontë con
ésta su primera y única novela.
Con un narrador que es en parte protagonista inicia la
exposición de su llegada a un lugar que posee una historia oculta para él y que
poco a poco conocerá de la mano de otro personaje. La unión del pasado,
presente y futuro que alcanza Cumbres borrascosas se produce por una extraña, tormentosa y no vivida relación de
amor entre dos de los personajes; los cuales, en una opinión muy personal,
pierden, por su propio egoísmo, las oportunidades que se les presentan para ser
felices hasta que el tiempo los alcanza, como a todos, con la muerte. Y a pesar
de lo reveladoras que pueden ser las palabras precedentes la historia no termina
ahí; así es que invitados quedan a disfrutar de una excelente obra literaria que
sorprendió a esta humilde lectora de manera grata; demasiado grata diría yo.