Cuando logré llegar hasta
el lugar donde se redactaba el periódico, una señora muy amable me recibió,
escuchó atentamente cada una de mis palabras y, anotando algo en un papel me lo
entregó. En aquella misiva me había entregado un número de oficina; ésta
quedaba en el piso cinco, por lo que cuando comencé a hablar con encargado aún
me costaba respirar. Confieso que el querer recuperar el paraguas, objeto
valioso para mí, me costó buena parte de mis ahorros; solicité al hombre que pusiera
el anuncio varios días consecutivos; pensando que de esa manera alguien, fuese quien
fuese, que lo hubiera encontrado lo devolvería.
Los días posteriores, al
de la publicación del anuncio, comencé a asistir sin falta hasta el parque. Durante
el período de tiempo indicado en el anuncio permanecí junto al puente que
cruzaba parte de la laguna, observaba atentamente a cada una de las personas
que transitaban por allí; si bien con el paso de los días la desesperación
comenzó a invadir mi mente, en ningún momento perdí la esperanza que alguien apareciera
con él para devolverlo a mis manos.
Un nuevo día de lluvia me
impidió asistir a la hora indicada en los anuncios, pues me negaba rotundamente
a utilizar cualquier otro paraguas. No pude hacer nada en contra de los argumentos
de mi tía; me prohibió salir de casa mientras lloviera o me siguiera negando a salir sin más que un pequeño sombrero; bajo el
cual con dificultad había logrado guardar mi larga cabellera.
La rapidez de mis pasos me
permitió llegar hasta el parque unos momentos antes que se acabara el plazo
indicado. El enojo que sentí mientras, una vez más, veía como nadie había
aparecido con mi paraguas, dio paso a un tono más rojizo sobre mis mejillas.
Sin embargo, cuando todo aquel enojo estaba dando paso a las lágrimas un
sorpresivo toque en mi hombro me hizo reaccionar.
Al voltear vi un par de
ojos azules que volvieron a encender mis mejillas. A pesar de mi turbación me
calmé y conseguí, por un instante, poner atención a su conversación; por lo que
logré entender él, había dejado en una tienda muy cercana al parque mi paraguas
y, como en esta ocasión estaba de paso nuevamente por la cuidad decidió
preguntar si alguien lo había reclamado; como se diera cuenta que nadie acudió
por el decidió volver al lugar donde aquella noche lo encontró, dijo que
recordaba a una mujer con el mismo chal que yo llevaba puesto; razón por la
cual decidió hablarme.
Regresé a casa acompañada
no solo de mi paraguas. Sebastián, insistió en acompañarme de vuelta, propuesta
que acepté encantada; así al saber donde vivía, él, podría encontrar una excusa
para visitarme y yo podría disfrutar de su compañía.
Lamentablemente, el pasar de
los días me hizo perder toda esperanza. La falta de noticias suyas me llevó a
un estado de preocupación que jamás había sentido por nadie, pero una tarde mi
tía, regresó con una sorpresa para mí.
Al día siguiente y, como
le solicitara la tarde anterior, Sebastián, acudió puntual a la entrevista que
mi tía le concedió. En ella manifestó claramente su interés por mí, solicitó
permiso para visitarme durante los meses que permanecería en la ciudad; no
sabía que la felicidad de aquel momento
era solo una pequeña parte de la que siento hoy.
Como podrán imaginar
aquellas visitas permitieron que ambos diéramos crédito a lo que sentíamos; por
lo cual a las pocas semanas ya éramos novios; luego, no alcanzaron a pasar seis
meses para que estuviéramos viajando a su casa de campo como marido y mujer,
confieso que en ese momento sentí tristeza de dejar a mi tía sola. Ella, aunque
trató de disimular sintió lo mismo al dejarme ir.
Aquel día partimos con una
extraña lluvia de verano, por lo que tuve oportunidad de utilizar nuevamente mi
querido paraguas. Una vez instalados en el tren, mi esposo, tomó mi mano con
fuerza y la acercó a su corazón, señaló el paraguas y me comentó que por él
había estado a punto de perderme; cuando le pregunté el porqué, me respondió
que era por la inscripción que tenía.
Hasta el día de
nuestro primer encuentro jamás supo de los anuncios en el periódico y fue así
como después de dejarme en casa buscó un ejemplar.
Dijo, que cuando leyó la
descripción con la que era buscado el paraguas se sorprendió al ver allí
“Nuestro amor es eterno”, con aquella frase pensó que mi corazón le pertenecía
a otro y, aunque antes estaba buscando una excusa para volverme a ver, con ello
encontró una razón para no hacerlo. No obstante, en una de las tantas tertulias
que asistió por aquellos días coincidió con mi tía, ella, sin saber le aclaro
lo que significaba aquel objeto para mí. También, me dijo que algo de magia
debía poseer mi paraguas; que mis padres habían sido muy sabios al escribir
aquello, ciertamente coincidí con él. Yo era el fruto de su amor y, con mi
descendencia le permitiría vivir por siempre.
Precioso final para un bello relato.
ResponderEliminarQue forma tan bonita de conocerse y que bien escrito está.
Me ha gustado mucho tu forma de escribir!!!!
Un beso!!!
Me alegra que te haya gustado y confieso que a mí también me gustó, me emocioné mientras lo escribí.
EliminarUn beso.
Hermosa historia. Ambos unidos por la magia del paraguas.
ResponderEliminarImpresionante que por la inscripción del paraguas, Sebastián casi desiste de verla y cortejarla...
No sé tú, pero yo me imagino esta historia en los comienzos del siglo XX.
Muy bello tu relato, Jennieh. Sigue así, amiga. Quiero más historias tuyas.
Un abrazo y enhorabuena por tu forma de narrar.
Lady Jane:
EliminarEs impresionante lo que pueden hacer lo malos entendidos, menos mal que supo la verdad a tiempo; a Dios gracias por esa tía.
Yo igual me la imaginé en una época distinta a la nuestra.
Gracias por tus palabras; siempre me impulsan a continuar.
Un beso.
¡Hola Jennieh! No había visto que habías publicado el final de este relato tan bonito.
ResponderEliminar¡Qué linda historia!
Has puesto magia en un encuentro de dos personas. Maravilloso. Muy buen argumento, sabes que me encanta como escribes, un honor leerte.
Besos reina.
Lou:
EliminarQue alegria que te haya gustado, para mí también es un honor leer tu Vulturific.
Un beso.