Cuando logró acercarse y, llevarme al presente, un nudo en
la garganta me impidió hablar; fui presa de varias sensaciones, que hasta el
día de hoy no logro definirlas plenamente.
— ¿Es
qué a pesar del paso del tiempo no piensas hablar conmigo?—la
brusquedad tanto de su voz como de sus palabras me llevaron rápidamente al
presente.
— ¿Ángel,
eres tú?—traté
de mostrarme sorprendida.
—Si
hubiera sabido que eras tan mala para mentir, créeme, jamás me habría ido de tu
casa sin antes hablar con tu padre sobre mi propuesta.
— ¿A
qué te refieres?
—A
esta altura no tiene mayor importancia. ¿Quieres acompañarme a tomar un café?—mientras
me hablaba ya había comenzado a conducirme hacia el lugar.
—
¿Café?, no gracias. Sigo prefiriendo el sabor del té, esa bebida es un poco
fuerte ¿no lo crees?
—No sé, hace tiempo que lo tomo y nunca
me he sentido mal; por el contrario, creo que me ayuda a vivir mejor.
—Todo depende, en mi caso nunca lo he
querido probar, su solo olor me causa malestar.
Su sonrisa
repentina me llevó a mirarle con asombro y antes de que pudiera pronunciar
palabra alguna me dijo:
— ¡Por Dios! es impresionante que nuestra
conversación se limite a saber la opinión que tenemos sobre el café. No nos
hemos visto por años y tú deseas en este momento hablar sobre ¿si nos debería o
no gustar el café?
—Es
que…bueno, no sé por dónde empezar. Como tú dices son años de no vernos y no
veo qué otro tema podamos tener para conversar.
Su mirada de
me hizo saber, una vez más, que me había equivocado al pronunciar esas
palabras.
— ¿Nada
más? ¿Sinceramente crees que no tenemos nada de qué conversar?; me sorprende
saber que después de todo no abandonaste tu casa por mí.
Sus palabras me
llevaron a reflexionar: ¿cuánto sabía sobre todo lo ocurrido conmigo?
Tomamos
nuestras respectivas bebidas en silencio. Su mirada era distante, parecía estar
muy lejos de allí. No aguanté la tensión del momento y le pregunte en qué
pensaba.
—En
ti y en todo lo que hemos perdido— respondió lentamente mirándome a los
ojos.
— ¿Y
qué hemos perdido? Después de todo ninguno ha tenido obligación con el otro,
nunca.
—Eres
cruel, lo sabes, ¿verdad?
—Sí,
lo sé. He sido cruel contigo, no sabes cuánto me arrepiento de haber actuado de
esa manera—. Deseaba llorar, pero no pude. No me
dio tiempo para ello.
Cuando se
levantó repentinamente y me tomó con fuerza la muñeca izquierda quise gritar,
pero su mirada de reprensión me hizo callar al instante. En ese momento ninguno
de los dos estaba para que mi antiguo yo saliera y hablara por mí. Ambos
teníamos mucho por decirnos.
Fui conducida
hasta un hostal; donde me atendieron bastante bien, la muchacha de servicio,
me miraba con creciente asombro cada vez que entraba a la habitación. No supe el
porqué de todas sus miradas hasta que me paré frente al espejo. La otra mujer
que se había encargado de prepararme para la cena me había convertido en la
otrora señorita que alguna vez fui, pero que por un tiempo estuve muy dispuesta
a olvidar. Mi cabello fue recogido como antes, aunque confieso que llevarlo
suelto no tiene nada de reprochable y cada vez que puedo lo hago, aunque eso lo
dejo para la intimidad de mi hogar.
Ángel, no
apareció hasta la mañana siguiente. Llena de angustia por lo que podía haberle
ocurrido me levanté con la firme decisión de obtener noticias de él. Ninguno de
mis planes fue necesario llevarlos a cabo, cuando me disponía a salir de mi
habitación su voz me detuvo al instante.
— ¿Para
dónde cree que va la señorita?
Mi sorpresa y preocupación
parecieron agradarle.
—Hay
alguien que desea hablar contigo, querida.
¿Querida?, de
dónde había sacado esa palabra, ¿querida? ¡Qué ridículo! Mi cara una vez
parecía sorprenderle y con una sonrisa me condujo hasta un pequeño comedor
dónde aguardaba el visitante.
Cuando vi a mi
padre no pude contener las ganas de correr y abrazarlo con fuerza. Parecía
sorprendido ante tan efusiva muestra de cariño, pero hacía tanto que ansiaba
estar junto a él. La vergüenza de no saber qué decir cuando llegara a casa me
había detenido por mucho tiempo, yo desde hacía mucho había querido regresar,
pero qué explicación le daría a mi padre. Sinceramente creí que jamás volvería
a verlo, yo, sin duda, era la deshonra familiar y una decepción para él. Pero
para mi sorpresa, su reacción, luego de recuperarse de la mía, no fue menor;
acarició mis mejillas y comenzó a besar mi frente con dulzura. Su abrazo, me
transportó a los cálidos recuerdos de mi niñez, donde, él, siempre estuvo
presente; complaciendo cada uno de mis deseos.
En ningún momento
aparecieron palabras de reproche por mi
conducta, creo que estaba seguro de cuál sería mi reacción si algo como aquello
hubiera tenido lugar durante nuestra entrevista. Lo que mi padre no sabía era
que yo no era la misma jovencita de antes. Tuve que aprender con las caídas,
las que me ocasionaron heridas y que no me dieron tiempo para procurarles más
cuidados que el de no volver a cometer los mismos errores.
Continuará…
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