VII
La felicidad que aportaron los días posteriores al cambio
fue de un descubrimiento mutuo. El simple acontecimiento de entrelazar sus
manos y caminar sin rumbo se convirtió en el suceso más esperado del día.
Observar en la mirada del otro les permitió reconocerse. La
sorpresa de Gabriel al sentir lo que le rodeaba hizo que Estela apreciara otra
vez todo aquello que a fuerza de costumbre había dejado de contemplar como
importante. El atardecer, se transformó, una vez más, en lo que representaba
cuando era una niña; el sol tardío que, con sus ambarinas caricias, se colaba
por el follaje circundante de la laguna comenzó a llenar de tranquilidad y sueños,
con su particular calor, la vida.
Frente a la independencia tan marcada de Gabriel, Estela, no
consiguió oponerse a que él buscara un trabajo; quisiera alojar en otro lugar y,
menos aún, al empeño de ganar la confianza de Luisa. Frente a lo último Gabriel
no encontró resistencia, pues en la primera visita que hizo, al presentarse, el
silencioso trato que los unió por años, prevaleció; y, su nana, no puso objeción
a que un joven tan adorable, palabra con que lo describió, visitara a su niña.
La presencia de Gabriel no pasó desapercibida. En el pueblo,
se comenzó a hablar del forastero que visitaba el fundo Los Coihues. Para las
mujeres, se transformó en el ideal masculino con su perfecta educación, pues
saludaba y se preocupaba por la mayoría de las personas que encontraba en el
camino; mientras que, los hombres, no comprendían el porqué del alboroto por un
simple viajante que tarde o temprano abandonaría el pueblo como ya habían hecho
otros. Y como para los comerciantes el acceso a una persona es el crecimiento
de los negocios, Gabriel, no debió esperar demasiado para encontrar un trabajo que
incluyera un lugar donde vivir.
El Emblema, un emporio que cubrió las necesidades de
Gabriel, se ubicaba en el centro del pueblo; frente a una pequeña plaza que así
lo indicaba. El extenso mostrador que abarcaba los dos costados y el centro del
recibidor de una vieja casona nunca se encontraba solo. Pues en general, estaba
tan surtido, que se podía hallar hasta lo impensado. Para muchas almas era el
acceso al paraíso. Allí se podía preguntar y reservar sin límite de tiempo. El
propietario, un inglés que se vio reflejado en el entusiasmo y situación de
Gabriel, no quiso desaprovechar la oportunidad que se le presentó. Como
solitario vástago de la familia Clennan había sido criado solo por mujeres y sabía
a la perfección el funcionamiento de una casa. Pese a la negación general de
los varones sabía el poder de decisión que representaba una mujer al momento de
las compras; por lo tanto, su nuevo dependiente quedó asignado, para privilegio
de todas, a la atención exclusiva de las damas.
En una semana, Gabriel, había aprendido más que el
funcionamiento del pequeño mercado. Le divertía el comportamiento irracional de
Estela cuando le hablaba de lo ocurrido en el trabajo; a pesar de lo incomodo que era para sí mismo se
entretenía contando los juegos de palabras que las clientes osaban realizar
cuando las atendía o de las miradas fugaces que las más tímidas se atrevían a
dirigirle.
Entre silencios y reproches se hallaba una tarde cuando de
improviso se allegó a Estela que descansaba sobre la hierba y la besó para
calmar su enfado. La sorpresa de una acción tan inesperada consiguió su
objetivo. Con risas ahogadas se limitó a decir que ella era la única mujer que
existía para él.
Con un presente de lo más halagüeño no existía posibilidad
que el futuro fuese a variar, por lo menos el relampagueante deseo que atravesó
los pensamientos de ambos se hizo notar en sus ojos mientras contemplaban el
atardecer.
Uy me gusto mucho. Te mando un beso y te deseo un feliz año
ResponderEliminarHola Jennieh.
ResponderEliminarMe ha encantado ver a Gabriel convertido en humano y estar tan cerca de Estela.
Pero me temo que ahora empiezan los problemas.