IV
A Gabriel le molestaban ciertas
acciones humanas y una que otra divina. No podía comprender cómo un padre
estaba dispuesto a exhibir a su hija para más tarde esperar que un hombre
ofreciera llevársela como si de un trofeo se tratase, y que por un tiempo,
mientras dura la belleza, él también la exhibiera frente a sus amigos. No
conocía demasiado del mundo, y sinceramente, con lo que había visto, durante
los últimos días, le bastaba. Más incomprensible le era aún que una persona
viniera al mundo solo para que otros, sin ningún motivo, pensaba él, abusasen
de su buen corazón; considerando, además, como una burla que esa persona
tuviera un ángel guardián tan inexperto como él.
Ver a Estela en situaciones tan
incomodas le llenaba de ira, sentimiento que no le estaba permitido, según
entendía. Gran parte de la familia que se enorgullecía de presentarla frente a
otros, era quien la trataba con la misma medida de desdén cuando se encontraban
a solas. La señora de Fuentealba se encargaba de no dejarla sola y de hacer
varios comentarios a su favor frente a las madres de jóvenes que se veían
atraídos por la belleza de Estela; y claro de la considerable dote que estaba
destinada para quien quisiera encargarse de ella.
Sus hermanas, Leonor y Alicia,
empeñadas en marcar la diferencia de sus situaciones, no desperdiciaban la
oportunidad de contar a varias de sus amistades la realidad de Estela; más
tarde se encargaban, en conjunto, de hacer comentarios poco apropiados frente a
los invitados. El motivo que movía a muchas de las señoritas, a unírseles a las
hermanas, era sin duda la envidia que les provocaba que una recién llegada les
quitase la atención de los caballeros que, durante los primeros días, habían
quedado muy sorprendidos por la belleza y desenvoltura de Estela.
Cristian, quien pasaba la mayor parte
del tiempo fuera de casa, perdido entre las licencias que podía darse un hombre
en su posición y edad, logró darse cuenta de los trastornos que generaba la
presencia de su queridísima hermana, como se atrevió a llamar a Estela, luego
de presenciar el interés que varios de sus amigos mostraron por ella. Su
maquinal imaginación le acercó a conclusiones muy provechosas para sí; claro,
si jugaba bien sus cartas cuando la oportunidad se presentara. Entonces, y para
sorpresa de muchos en su casa, se volvió el hermano amigo, defensor y protector
que Estela había soñado tener desde muy pequeña.
Ninguna de las advertencias de su nana
o de Gabriel, sirvieron para que Estela pudiera darse cuenta de las escondidas
intenciones que tenía su hermano.
Una noche, el más terrible de los
miedos para Gabriel se hizo realidad. Estela, corría peligro. Él tenía un total
desconocimiento en la forma que un ángel podía intervenir en las vidas humanas;
hasta entonces solo se había limitado a observar y a acompañar el crecimiento
de su protegida, ¿qué otra cosa podía hacer? Nada, hasta ese día, había
amenazado su curso normal de vida.
Poco tiempo y absurdas excusas, le
habían dado a Cristian el motivo perfecto para querer recibir de vuelta las
atenciones para con su hermana. La noche para Estela había sido tan agotadora
como la de los últimos días, todas las miradas estaban puestas en ella y, como
desde hacía un tiempo, complacer las peticiones musicales de su padre se había transformado
en costumbre, el especial cuidado que había puesto en aquella tarea dio como
resultado que varios de los presentes se acercaran a ella con la excusa de
elogiar su talento para la música.
Una vez llegada la hora en que las
señoritas de la casa debían retirarse a descansar, Estela, se disponía a subir
cuando su hermano, que la esperaba impaciente en el pasillo camino a la biblioteca,
la convenció de acompañarlo para hacerle algunas observaciones con respecto a
la velada. Allí, por unos minutos, mientras la conducta de Cristian se volvía
más y más extraña y, ninguna palabra salía de su boca, la situación incomodó a
Estela; de pronto, desde la puerta que daba con el escritorio de su padre, una
figura masculina surgió desde la oscuridad. Uno de sus amigos le había convencido
para tener una entrevista a solas con ella. Cristian cedió a la petición, luego
de obtener la promesa que la deuda que tenía con Mario quedaba saldada si conseguía
llevar a su hermana hasta la biblioteca. La sorpresa e inquietud de Estela y de
Gabriel no se hizo esperar, la joven comenzó a buscar una excusa para
retirarse, pero en medio de su confusión se acercó a la puerta que Mario
obstaculizaba. Por su parte, Cristian, vigilaba la puerta de acceso a la
habitación para que nadie se diera cuenta de lo que ocurría.
Sin mediar palabras, Mario, se abalanzó
sobre Estela. Tomó sus manos y comenzó a besarlas; acostumbrado como estaba a
frecuentar cierto tipo de mujeres, pensó que la actitud pasiva de ella era una
buena señal y quiso besarla en la boca, la resistencia de Estela y el pánico
que vio reflejado en sus ojos le indicaron el pleno desconocimiento de ella en
la situación que estaba viviendo. Convencido que sería el primero en tocar sus
labios, insistió en besarla; en ese momento, Gabriel, trataba de encontrar una
manera de ayudar a Estela, le ordenó que corriera a la siguiente puerta y que
llamara a Luisa, su nana, quien ante la sorpresa de Cristian no se dejó
convencer de que su niña se encontraba muy bien, como le aseguró él antes que
ella entrara. La preocupación ante el evidente peligro en que encontró a Estela,
no se hizo esperar; y sin el más mínimo titubeo en sus palabras, amenazó a los
dos jóvenes con penas que solo se podían comparar a las del infierno si ellos tenían
nuevamente la osadía de acercarse a su niña.
Más tarde y cuando la paz logró
instalarse en la habitación de Estela, su nana se retiró para descansar.
Gabriel, estaba abatido y su estado no ayudaba a la tranquilidad de Estela. Sin
poder dormir, ella salió de su cama para comenzar a pasear de un lado a otro
por la habitación, intranquila. Gabriel, nuevamente podía sentir todo lo que
Estela pensaba y el tormento de su alma lo entristecía.
Sin contener su espíritu quiso abrazarla
y consolarla, aquel deseo se había hecho fuerte en él desde hacía varios días
atrás; no sabía muy bien que le ocurría, pero algo había cambiado en su
interior. Sorprendido, una vez más, por lo que su voluntad logró hacer, por
unos segundos logró sentir el calor de Estela. Ella que lo miraba con fijeza le
aseguró sorprendida que había sentido el abrazo. Tras el descubrimiento, sin
mayor éxito, ambos se esforzaron para volver a sentirse; quizás, si Gabriel no
hubiera estado tan emocionado por lo ocurrido, se hubiera fijado más en el
cambio de color que habían sufrido las mejillas de Estela.
Continuará…
uy que romántico, te mando un beso y continua con la historia
ResponderEliminar